Tras una extraordinaria trilogía dedicada a animales, objetos y plantas, Herra vuelve a sorprendernos con su ingenio maligno, adentrándose en los territorios de la brevedad -hiperbreves, microrrelatos, cuentos cortos-, en los que se maneja con maestría, en una continua oscilación ficcional entre vigilia y sueño y sus frecuentes narraciones de pesadillas.
En las sesenta y siete piezas que componen El tonto de Lucifer -donde el diablo aparece convertido en amenazante bufón-, prueba el carácter universal de su mirada, fruto de sus muchos viajes y experiencias como profesor y diplomático. Así, viajando desde Alemania a Costa Rica, entre tradiciones literarias diversas que lo hacen jugar con especial placer con clásicos como La eopopeya de Gilgamesh, La Odisea y El Quijote, Herra de muestras de la ruqueza de su imaginación.
Muestra su bien ejercitado músculo en los caminos de la brevedad combinando la reflexión metaficcional con la atención a monstruos de todo signo, las focalizaciones inesperadas con los finales sorprendentes, el tono humorístico e irónico con el absurdista y grotesco. Todo ello, para most